domingo, 6 de septiembre de 2009

Nayar y su fuga al Recreativo de Huelva


El último caso del viejo truco de la patria potestad aplicada al robo de jugadores fue el de Sebastián Nayar. Volante central, grandote y según dicen, de buena distribución de pelota. El Oso, con veintiún años recién cumplidos, debutó en la primera de Boca el 17 de mayo de 2008. Fue en el triunfo 2-1 sobre Racing por la fecha 15 del Clausura. Esa tarde, Ischia armó un mix priorizando la Libertadores, y Nayar tuvo su estreno. Algo cansado, abandonó el campo de juego cerca de los veinte del segundo tiempo para dejarle el lugar a Pochi Chávez. De más está decir que seguramente todos recordaremos ese partido más por el gol de Tito Noir en el quinto minuto de descuento que por la desabrida actuación del Oso.
Pero a los pocos días, casi seguro manijeado por alguien, se envalentonó para pegar el portazo e irse a España pese a tener un contrato firmado con el club. Y de buenas a primeras, se confirmó su incorporación al Recreativo dando inicio a una novela con una trama bastante vertiginosa.
El 1 de julio pisó suelo español. Al día siguiente se metió Julio Grondona para pedir al presidente de la Federación Española de Fútbol que inhiba al Recreativo de Huelva para fichar a Nayar. Tras cartón, la FIFA analizó el tema y le dio la razón a Boca, avisándole a los pillos del Recreativo que el Oso tenía un contrato firmado con el xeneize y las opciones era dos: o pagaban lo que Dios manda o Nayar volvía.
Sin embargo, la gente del Recreativo, decidida a todo o nada, contrató a tres peritos, de los cuales uno sentenció que la firma del jugador en el contrato con Boca era falsa. Mientras tanto se le dio una licencia provisional al volante para que pueda jugar.
Finalmente, el 12 de marzo de 2009, Boca y el Recreativo se pusieron de acuerdo en los números antes de la mediación del Tribunal de Arbitraje Deportivo: 1.000.000 de euros más el 30% de una futuro venta.
Ya con todo en regla, la suerte evidentemente no estuvo del lado del muchacho clase 87. Y como es feo desearle el mal a alguien, ojalá le vaya bárbaro en la obligada búsqueda de nuevos horizontes.