lunes, 12 de octubre de 2009

Los dos de Maradona a River en el 81




Como sin querer queriendo inclinar la balanza en el reciente debate (?) de si el Diego es ídolo de Boca o no, llegó la hora de ponernos un poco nostálgicos, retroceder veintiocho años y situarnos tal vez en el preciso momento en que el Diez se metió definitivamente en el corazón de la hinchada.
El viernes 10 de abril de 1981, viernes Santo para ser más precisos, un verdadero diluvio cayó sobre Buenos Aires. Y por la noche, hora señalada para el comienzo del superclásico por la fecha 10 del Metro, en la Bombonera caían literalmente de punta y no había paraguas que aguante. Hecha la introducción, solo resta clavar los frenos en el minuto 22 del segundo tiempo.
Con Boca ganando 2-0 gracias a dos estiletazos de Miguelito Brindisi y la Bombonera encaminándose a una fiesta, Cacho Córdoba tomó la pelota en su puesto, sobre la izquierda de la defensa de Boca, y se mandó una patriada gambeteando camisetas de River a lo loco. Tras cruzar toda la cancha en diagonal y llegar a la derecha del área de Casa Amarilla, enganchó y tiró el centro al medio del área. El que venía entrando era el Diez con la camiseta de Boca llena de barro. La paró, le salío Fillol y lo dejó tirado en el pasto enganchando hacia adentro y gambeteándolo. Cuando iba a definir,esperó unos segundos para dejar que llegue desesperado el Conejo Tarantini, quien voló en la línea del arco para tratar de atajar aunque sea con la mano la definición magistral de Maradona. Golazo, delirio, paraguas que volaban por el aire y partido liquidado.
Pero como si semejante obra no fuera suficiente, en la segunda rueda de ese campeonato, Diego Armando le sacó fotocopia al gol e hizo uno casi igual pero en el estadio Liberti. Tras un centro de Pichi Escudero y un cabezazo fallido del Mono Perotti, le pelota se elevó y terminó cayendo en los pies de Maradona que casi estaba entrando sobre la derecha del área chica. Le salió Fillol, lo gambeteó abriéndose sobre su derecha y picó la pelota para pasarla por arriba del despelote que era el área de River. El que llegó desesperado al cierre sobre la línea del arco fue nuevamente el Conejo Tarantini, quien en un último esfuerzo intentó saltar y sacar la pelota de cabeza pero no hizo más que hacer el ridículo por segunda vez. Nuevamente golazo y nuevamente delirio, aunque esta vez sin paraguas tirados al aire pero viendo al Diego saltando con los puños apretados frente a la soleada pero siempre fría San Martín.
El romance iniciado con un no rotundo a la oferta para jugar en River, más su arribo a Boca, fue tal vez sellado a fuego con estos dos goles casi calcados.