La historia de Carlos Fernando Navarro Montoya en Boca fue dorada. Y si bien participó activamente en el conocido conflicto de los halcones y palomas, defendiendo el arco xenize fue incuestionable. Figura, capitán y súper respetado.
Alcanzó el record de imbatibilidad desplazando nada menos que a “Tarzán” Roma. Atajó penales claves. Fue campeón. Una pinturita.....
Hasta que, sin lugar en el Boca de Bilardo, debió irse y tras pelear el descenso con un montón equipos recaló en Independiente. Y una tarde cualquiera, por la sexta fecha de un torneo Apertura en donde Boca y el Rojo solo trataban de levantar cabezas y no se jugaban nada trascendente, se cavó solito y solo su propia tumba.
El xeneize se había puesto 1-0, pero en una ráfaga y con dos goles de “Pocho” Insúa, Independiente lo dio vuelta. Y el segundo gol nos dejó la peor de las postales: un “Mono” totalmente descontrolado, saltando, gritando el gol con los dos puños cerrados y revoleando trompadas en el aire. Corriendo hacia la hinchada del Rojo casi al borde del éxtasis. Como mínimo, desubicado y fuera de contexto.
Tan así fue la cosa, que en el Clausura siguiente fue recibido en la cancha de Boca con una estruendosa silbatina y una inolvidable lluvia de consoladores desde la segunda bandeja de Casa Amarilla.
Volvió a la Bombonera varias veces más, siempre con distintos equipos y siempre fue silbado por muchos y tímidamente aplaudido por algunos pocos plateistas. En una de sus tantas visitas, defendiendo a Gimnasia de La Plata, y mientras precalentaba en el campo de juego, juntó las manos pidiendo perdón a todo el estadio. Para algunos alcanzó. Para muchos no.