Albert Einstein dijo una vez que existen dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y habrá que creerle nomás a Albert, ya que para comprobar lo primero seguro debe haber formas científicas de hacerlo. Y para comprobar lo segundo, sólo basta retrotraerse al 30 de abril de 2008 en la Bombonera.
Esa jornada, partido de ida contra el Cruzeiro por los octavos de final (¿hace cuánto que no arrancaba un partido de Copa con el sol pegando sobre la tercera bandeja visitante?), empezó a toda orquesta y terminó con más caras de preocupaciones que de festejos.
Porque tras un buen partido de Boca que merecía mucho más que un 2-1 a favor, a los 46 minutos y pico del segundo tiempo, voló un cubito de hielo desde los palcos y le pegó en la cabeza al línea uruguayo Pablo Fandinho. Ante el inevitable llamado al juez, Larrionda vio la sangre y suspendió inmediatamente el partido. En ese momento nadie entendía nada. La mayoría tomó los gestos del árbitro como la finalización del partido, pero cuando las radios empezaron a confirmar la insólita suspensión a menos de 30 segundos del final, llovieron las versiones.
En los días diguientes se llegó hablar hasta de quita de puntos, moción apoyada por dirigentes de Cruzeiro con la venia de algunos colegas argentinos. Pero finalmente la Conmebol falló a todo galope dejando el resultado inamovible, clausurando la Bombonera para partidos internacionales hasta que no se hagan las reformas para evitar hechos similares y aplicando una jugosa multa de 30.000 dólares.
Por los tiempos legales para las obras y más que nada para la inspección de los muchachos de Nicolás Leoz, ya era un hecho que si Boca pasaba de fase iba tener que jugar las series siguientes en otro estadio. Y así fue. Tras volver a ganarle 2-1 al Cruzeiro en el Mineirao, hubo que sufrir empates 2-2 con Atlas en Vélez por los cuartos y Fluminense en Racing por semifinales.
Y viendo lo accesible que estaba esa Copa, se hace muy difícil no darle la razón al visionario de Albert Einstein.