lunes, 5 de diciembre de 2011

Palermo se lleva el arco de Casa Amarilla tras su último partido en la Bombonera

La fecha 18 del Clausura 2011 prometía desde el vamos una jornada plagada de emciones. Por supuesto que no por ver enfrentarse al Boca de Falcioni con el Banfield del Gallego Méndez, lo que traducido al idioma castellano puede entenderse como un verdadero dolor de ojos. Nos referimos entonces a lo que fue el anunciado último partido de Palermo en la Bombonera.
Con semejante presentación y ya a sabiendas de que los días del goleador como jugador profesional llegaban a su fin, tanto el club como la gente se movilizaron para que aquel domingo 12 de junio de 2011 terminara siendo la gran despedida que el máximo goleador de la historia de Boca merecía.
Tras una multitudinaria caravana de hinchas que acompañó al micro desde la concentración hasta la cancha de Boca, vino un partido bastante chato donde el xeneize y el Taladro empataron 1 a 1. Poco para decir salvo la falla garrafal de Lucchetti que le ragaló a Banfield el gol sobre la hora. Cosas que pasan (?). Pero lo verdaderamente importante estaba por venir.
Mientras la siempre ácida (?) conducción de Mario Pergolini arengaba a la multitud, se montó en cuestión de minutos una pequeña tarima donde subió Palermo al mismo tiempo que unos extras sostenían letras gigantes que formaban la frase “No habrá ninguno igual”. Tras cartón hubo videos muy emotivos en la pantalla gigante, discurso de Palermo, cánticos de agradecimiento de una Bombonera colmada como en sus mejores funciones y el momento cúlmine de la noche: la entrega del esperado regalo que Boca le hacía a su figura.
En ese momento dos clarks que ya habían entrado sigilosamente (?) al campo de juego, desmontaron el arco de Casa Amarilla y lo elevaron un par de metros. Previa colocación de una placa dedicatoria a Palermo y un moño azul y amarillo. Un gran gesto simbólico.
El goleador fue acompañado por Pergolini casi hasta el borde del área y calculamos que el anuncio oficial lo sorprendió bastante ya que sólo atinó a decir que en su casa no tenía lugar para ponerlo. A decir verdad, a esa altura de los acontecimientos, nadie tenía del toda conciencia de lo que estaba pasando.
Con lágrimas en los ojos y una capa de super héroe con los colores de Boca, Palermo se lanzó a dar una lenta vuelta olímpica para saludar a los hinchas. Semejante momento, con fuegos artificiales de fondo más la Bombonera despidiéndolo a moco tendido, no pudo derivar en otra cosa que en uno de esos momentos tan movilizadores como sólo Boca puede provocar.