Caso atípico el de Roberto Cabañas. Atípico, porque no era ni volante central ni defensor. Era un delantero hábil y goleador. Pero también un verdadero salvaje a la hora de repartir.
El “Paragua” era vivísimo para pegar. Su especialidad eran los codazos. En los córners, nunca nadie veía nada, pero el defensor que lo marcaba siempre terminaba con la boca o la nariz sangrando.
Con un excelente estado atlético, Cabañas saltaba como conejo para meter planchazos descomunales. Y como si esto fuera poco, le encantaba jugar contra River. Él solito descontrolaba a los Hernán Díaz, a los Astrada, a los Comizzo.
Imposible olvidar el patadón que le metió la “Bruja” Berti, ya harto de sus mañas. Y siendo expulsado él también, abandonó el campo de juego del Monumental a paso más lento que tortuga renga, exasperando al límite a los de Núñez.
Idolatrado desde la noche que debutó ante Vélez y clavó tres goles para dar vuelta un 0-2 inicial, el “Paragua” jugaba también con la lengua. Imperdible cuando le preguntaron por qué River no podía ganarle a Boca durante los años 90. Cabañas, sin rodeos, disparó a mansalva “...y que querés, sin son gallinas”.
Las tenía todas a su favor para triunfar: paraguayo, camorrero, sucio, mañoso, guapo. Y triunfó. Goleador del Boca campeón del 92, Roberto Cabañas tuvo un paso estelar por Boca y su recuerdo perdurará por siempre.