En estos tiempos ver una cosa así es casi imposible. Pero lo cierto es que por esos años ochenta no había sanciones de oficio “por incitar a la violencia”. Entonces Scalise se salió con la suya. En la final de liguilla 1985/86 Boca le ganaba a Ñuls 3-1 en el Parque Independencia y lograba empatar una serie que venía no apta para cardíacos. Marito Zanabria decide entonces sacar a Scalise y poner a Stafuzza para aguantar los embates finales de la lepra. Y sucede un milagro. Porque el xeneize, ya con nueve jugadores, anota en el descuento el cuarto gol. Y tras el pitazo final de Gnecco se desata la locura. Ingresan jugadores y cuerpo técnico de Boca a festejar la clasificación a la Libertadores. Eran tiempos de vacas flacas y más valía liguilla en mano que campeonato volando. Y se improvisa una suerte de vuelta olímpica. Aplaudida incluso por algunos plateistas rosarinos hasta que ocurre lo impensado. Se le adivina a Scalise, uno de los más efusivos en los festejos, la camiseta de “su” Rosario Central debajo de la de Boca. Y en pleno éxtasis y desahogo, Scalise redobla la apuesta y tira la casa por la ventana. Se saca la xeneize y queda con la casaca canalla al descubierto y festejando. Empezaron a volar algunos proyectiles y la cosa terminó con la policía reprimiendo en las dos tribunas. Todo gracias a la “folclórica espontaneidad” de Scalise.