Barberón llegó a Boca para la temporada 1988/89. Vino en una especie de combo junto a Pastoriza y Marangoni. Combo que se rajó de Independiente para anclar en La Boca. Pero a diferencia del “Pato” y “Maranga”, la historia de la “Porota” es lisa y llanamente un fiasco.
Ni bien desarmó los bolsos en Brandsen 805 se filtró la información de que desde chiquito era hincha de Boca (otro más y van...). Esto hizo que al principio se lo mirara de buena manera. Sobre todo por su rendimiento en años anteriores en el Rojo. Pero la paciencia tuvo un límite. Y se agotó. Su nivel fue flojo desde el vamos y nunca aportó una solución al equipo desde la raya de cal izquierda del ataque xeneize. Pura velocidad. Pero al mismo tiempo puro barullo y confusión. Barberón no desbordaba ni tiraba centros. Tampoco hacía goles. Y eso para un delantero es sinónimo de horas contadas.
En 33 partidos con la camiseta de Boca pudo marcar sólo una vez (en un 4-2 a Ñuls en la Bombonera) y recién en la temporada 1989/90. Fue tal el desahogo esa tarde, que su grito desaforado generó una especie de lástima en “La 12” y la cancha entera le regaló su único “...Bar-be-rón... Bar-be-rón...”.
Siempre fusible en los segundos tiempos cuando la mano venía torcida, Barberón es un ejemplo más y un caso típico de los jugadores que la rompen en otros equipos y cuando se ponen la azul y oro se apagan más rápido que fogata en tormenta de Santa Rosa. Una película que ya vimos un montón de veces.
Ni bien desarmó los bolsos en Brandsen 805 se filtró la información de que desde chiquito era hincha de Boca (otro más y van...). Esto hizo que al principio se lo mirara de buena manera. Sobre todo por su rendimiento en años anteriores en el Rojo. Pero la paciencia tuvo un límite. Y se agotó. Su nivel fue flojo desde el vamos y nunca aportó una solución al equipo desde la raya de cal izquierda del ataque xeneize. Pura velocidad. Pero al mismo tiempo puro barullo y confusión. Barberón no desbordaba ni tiraba centros. Tampoco hacía goles. Y eso para un delantero es sinónimo de horas contadas.
En 33 partidos con la camiseta de Boca pudo marcar sólo una vez (en un 4-2 a Ñuls en la Bombonera) y recién en la temporada 1989/90. Fue tal el desahogo esa tarde, que su grito desaforado generó una especie de lástima en “La 12” y la cancha entera le regaló su único “...Bar-be-rón... Bar-be-rón...”.
Siempre fusible en los segundos tiempos cuando la mano venía torcida, Barberón es un ejemplo más y un caso típico de los jugadores que la rompen en otros equipos y cuando se ponen la azul y oro se apagan más rápido que fogata en tormenta de Santa Rosa. Una película que ya vimos un montón de veces.