Con la excusa de que Boca se encaminaba inexorablemente a la obtención del torneo Clausura 1991, la efervescencia y las movidas organizadas para ir adelantando los festejos alcanzaron ribetes insólitos.
Es verdad que ya se cumplían diez años sin festejar campeonatos locales, pero lo que se vio esa fría y nublada tarde del 16 de junio fue más que bizarro. Sin muchos antecedentes que digamos. Sobre todo para los socios y plateístas que ya se amontonoban metros antes de La Glorieta de Quique. Algunos reían. Otros, nerviosos, buscaban ganar las veredas para alejarse.
Lo concreto es que la idea era meter un elefante por Brandsen, llevarlo por las vías del tren carguero hasta el playón y, con precisión quirpúrgica, meterlo en el campo de juego media hora antes de que arrancara el Boca - Ñuls de la fecha 17. ¿Para qué? Para hacerlo patear un penal en el arco de Casa Amarilla y de paso hacerle el chivo al Circo Royal, que había desembarcado días antes en los terrenos que daban sobre Almirante Brown.
A último momento, por las fuertes lluvias que estaban cayendo desde el día anterior, se prefirió preservar el campo de juego y la movida quedo suspendida. Pero el elefante quedó dando vueltas un rato largo con su dueño. Volvió por Brandsen y dobló en Irala hacia Aristóbulo del Valle mientras algunos se sacaban fotos y los pibes lo tocaban. Por suerte era bastante tranqui.