Como estaba aburrida (?), la Confederación Sudamericana de Fútbol escuchó el clamor de varios equipos del continente, y en dos minutos sacó de la galera la Copa Conmebol, un torneo de clubes creado en 1992 y en el que podían sacarse las ganas jugar los que no clasificaban a la Libertadores. O sea, una especie de Copa UEFA. Claro que con equipos y estadios bastante diferentes.
A principios de julio de ese año, la Copa Conmebol estaba ya armadita y lista para que 16 equipos de diez países diferentes, se eliminen directamente en octavos de final con partidos de ida y vuelta. Y el sorteo del fixture habÌa determinado que el 5 de agosto Boca juegue contra el O’Higgins de Chile. Pero del dicho al hecho hubo mucho trecho. Y así fue como en la semana del 20 de julio, Carlos Heller encendió la alarma: “...que quede claro que esta es una postura personal que luego volcaré en la reunión de Comisión Directiva. Yo considero que Boca debería declinar de participar en la Conmebol. Se trata de una competencia nueva, sin historia ni campeones, que todavía no representa una motivación grande para un club como Boca y que será disputada por equipos que no representan lo más poderoso del continente. Teniendo en cuenta que nuestro objetivo máximo es el torneo local y que en el segundo semestre también tendremos que jugar la Supercopa, yo considero que, si la Confederación Sudamericana y los reglamentos lo permiten, lo mejor es no jugarla. Es más, me parece que si a los hinchas les decimos que tampoco vamos a jugar la Supercopa, dicen que sí, que está bien, porque lo que nos interesa prioritariamente es el torneo local. Pero eso sería demasiado ¿no? Reitero: yo creo que Boca no debería jugar esta Copa, pero es una postura personal que elevaré, como corresponde, a la consideración de la Comisión Directiva...”. Más claro imposible.
Días más tarde, el club confirmaba oficialmente su postura y renunciaba a participar en la nueva competición que ganaría finalmente Atlético Mineiro de Brasil.