Sin contar superclásicos, finales o partidos donde estuviera en juego un título, sin dudas se trata de uno de los partidos donde la Bombonera se mostró más llena y atemorizante para los rivales. Otro que se anota es el debut de Maradona contra Talleres, pero esa es otra historia.
Y un par de factores se unieron para hacer del partido en cuestión, revancha por los cuartos de final de la Libertadores, una noche donde hubo que cerrar las puertas de la cancha de Boca porque literalmente no entraba más nadie. Primero, la marcha imparable del equipo dirigido por el Maestro Tabárez. Segundo y muy importante, el resultado que Boca había traido de Brasil: derrota 1-2 en el Maracaná que mantenía la serie al alcance de la mano. Y tercero, no influyente pero que sumó, fue la categoría del rival. Anotemos: Gilmar, Ailton, Adilson, Gottardo, Dida, Charles, Junior, Marquinhos, Zinho, Alcindo y Gaucho. No sería el Flamengo de Zico pero se trataba de un buen equipo que dirigido por Vanderley Luxemburgo venía con una chapa importante como para que Boca midiera fuerzas y supiera dónde estaba parado.
La historia cuenta que ese 8 de mayo de 1991, mientras el Flamengo se cambiaba en el vestuario visitante debajo de la tribuna de Casa Amarilla, el capitán, símbolo, crá y enorme Junior vio algunas caras pálidas entre sus compañeros. Pero tras juntar a varios y tratar de arengarlos recordándoles que ellos jugaban en el Maracaná domingo por medio, uno le respondió que era verdad, “pero que en el Maracaná no se movía el piso”.
Sin embargo los brazucas, pillos, trataron de amortiguar su salida al campo de juego en un momento de la noche que la Bombonera estaba al dente tras la salida de Boca. La fila de garotos salió caminando despacio, con un pasacalle azul y amarillo que decía “Maradona, Flamengo te ama. Hoy y siempre”. Recordemos que aquellos días tenían a Diego en el centro de la escena por las primeras noticias de su problema con las drogas.
La jugarreta del Flamengo aminoró y bastante la estruendosa silbatina con la que fue recibido, ya que para cuando los brasileros llegaron al círculo central, un fuerte aplauso bajó de las tribunas. Igual, una vez que pitó el uruguayo Filippi se acabaron los gestos de cordialidad y volaron unas cuantas murras. La multitud presente, que dejó en boleterías 4.526.575.000 australes, o sea unos 460.000 dólares, se fue con la mayor de las alegrías tras los goles de Batistuta de penal y dos de Latorre que cerraron un 3-0 final y el pase a semifinales.