Cuando un hincha es testigo del momento en qué un técnico saca e incinera a un jugador, inmediatamente se da cuenta de que la carrera de ese tipo ya no será nunca más la misma. Y, sin importar quién tenga la razón, es normal que uno tienda a solidarizarse con el jugador y hacerle algún reproche al DT por semejante acto.
Pero es muy probable que en el caso que nos ocupa ahora, la enorme mayoría haya festejado la decisión del entrenador. Porque en esta vida, todo tiene un límite.
La tarde en cuestión fue la del 1 de junio de 1997. El Boca de Veira hacía rato que venía a los tumbos en el Clausura y en esa jornada recibía a Deportivo Español en la Bombonera. Con Sandro Guzmán bajo los tres palos. Guzmán, que un tiempo antes le había quitado el puesto a Abbondanzieri, venía más a los tumbos que ese Boca. Ya no daba seguridad ni a los defensores ni al técnico y mucho menos a la hinchada. Se había comido varios goles y quedó definitivamente en la mira la tarde-noche que Boca le ganaba a River 3-0 y terminó empatando.
Ese partido con Español empezó torcido desde el vamos. Antes de los cinco minutos, en una jugada confusa en el área de Boca, le patearon a Guzmán. El uno quiso embolsar pero la pelota le pegó en el pecho y dio un rebote larguísimo. Cuando Almirón puso el 0-1, los bombos de “La 12” pararon de sonar durante cinco segundos. Y eso, se sabe, es sinónimo de condena popular. A partir de ese momento, cada pelota que llegaba a Guzmán iba acompañada de silbidos al principio y aplausos irónicos cuando la agarraba. La historia estaba sentenciada. Pero faltaba la estocada final.
Cuando los equipos salieron al segundo tiempo, sorprendió ver a Pato Abbondanzieri yendo hacia el arco del Riachuelo. El Bambino había metido mano a fondo y rompió todos los códigos al reemplazar al arquero sin haber una lesión de por medio. Cuando tras la derrota 1-3 le preguntaron el por qué del cambio, inmortalizó una respuesta épica: “...a Guzmán lo saqué para protegerlo...”. Menos mal.