Convengamos que el horno no estaba para bollos aquella tarde del miércoles 9 de julio de 1986. Tras el intento de vuelta olímpica que no pudo ser el 6 de abril, el regreso de River a la Bombonera fue nada más y nada menos que para abrir la participación de los dos grandes del fútbol argentino en el grupo I de la Copa Libertadores de América. Feriado, solcito y tribunas llenas para un lindo programa que encima sumaba la buena idea de la dirigencia de Boca en homenajear a los recientes campeones mundiales con la Selección Argentina en México 86. Muy bien.
Así que los que iban a jugar esa tarde, el Vasco Olarticochea por Boca y Nery Pumpido, Ruggeri y el Negro Enrique por River, más algunos invitados especiales, debían ser los protagonistas de una fiesta que no pudo ser. ¿Qué falló? Todo.
Primero, el error estratégico de ubicar en el campo de juego, pero demasiado cerca de la tribuna de socios, una mesa armada con las plaquetas a entregar. Dos más dos es cuatro viejo (?). Cuando asomó la fila de jugadores de River fue recibida con una torrencial lluvia de proyectiles que provocó un desbande en los cientos de personas que a esa altura copaban el campo de juego. Por suerte, la salida de Boca calmó los ánimos pero puso en evidencia el segundo y principal contratiempo: los altavoces no andaban.
No hubo voz del estadio ni nadie que pudiera presentar o contar mínimamente lo que iba a pasar a continuación. Y ese bache fue llenado, obviamente, por una guerra de cantos entre las hinchadas. Así que sin mayores preámbulos arrancó la fiesta (?). El ingreso de Bilardo provocó un importante revuelo entre fotográfos, camarógrafos, radios, dirigentes y colados. Ya el caos era tal que ni los protagonistas podían acercarse a la mesa con los premios ni la gente ubicada en las tribunas tenía idea de lo que estaba pasando. Pero faltaba lo mejor: la llegada de Maradona.
Diego tocó el pasto y la cancha se vino abajo. Gente de la barra que andaba casualmente (?) por ahí, tomó cartas en el asunto y llevó a Maradona hacia la tribuna de Casa Amarilla. Ma’ que plaqueta ni plaqueta. Mientras los hinchas de Boca explotaban de alegría vivando a Diego y los de River chiflaban, se venía un broche emotivo: las estrofas del himno nacional argentino. Aunque con semejante clima bélico entre jugadores de River que trotaban y esquivaban piedras, barras bravas abrazando a Maradona y a Bilardo, y un montón de gente yendo, viniendo y saltando, nadie reparó en que los altavoces no funcionaban. Así que el himno fue cantado a capella por todo el estadio. Bueno, casi todo. Gran parte de la hinchada de River cantaba “...bostero, hijo de puta, la puta que te parió...”. La segunda bandeja de Casa Amarilla prefirió ignorar los agravios pero también el Himno, de manera que arrancó el “Vale diez palos verdes, se llama Maradona, y todas las gallinas, le chupan bien las bolas...”. De más está decir que prácticamente todo el estadio se acopló.
Muy lentamente el campo de juego fue desalojado mientras Diego se metía a las corridas en el túnel local para evitar más apretujones. Recién luego de un rato largo, Juan Carlos Loustau pudo dar inicio al superclásico que finalizó 1-1 con goles de Graciani y Roque Alfaro luego de un claro offside en la jugada previa,