Tras cerrar 1992 cortando con once años de sequía sin títulos a nivel local, el año 1993 pintaba como para grandes cosas ya sin la presión por conseguir el campeonato. Pero no, nada que ver. Esa vuelta olímpica fue, inesperadamente, el punto de partida que hizo crecer una interna descomunal en el plantel de Boca.
En plena pretemporada de verano el rumor empezó a tomar cuerpo, pero de una forma bastante tranca como para preocuparse, ya que sólo hablaba de algunas diferencias entre Navarro Montoya y Márcico acerca de si Pogany debía cobrar fortuna o no como plantearle a Heller la repartija del premio por el Apertura ganado. Pero el correr de los meses demostraría que había otros problemas de fondo. Y bastante más serios.
Tan rápido se terminó de pudrir la cosa, que con el Clausura 93 en pañales (?), el Maestro Tabárez estuvo totalmente desbordado y hasta amagó a renunciar dos veces durante el mes de marzo. Una de las veces fue tras el empate 1-1 con Huracán en Parque Patricios por la sexta fecha, jornada en donde se terminó de blanquear deliberadamente la guerra, ya que el Tomás Ducó fue escenario de malas caras ante pases errados, insultos y hasta acusaciones y gestos mutuos de no poner todo lo necesario para el bien del equipo. Semejante escenario, como no podía ser de otra manera, terminó de volar por el aire al domingo siguiente en ocasión del choque con San Lorenzo en la Bombonera.
Ese domingo 28 de marzo por la mañana, Boca terminó perdiendo un partido bastante raro. No por el 3-4 ante el Ciclón, sino por la forma y lo pegadito que llegaron algunos goles azulgranas tras llamativas fallas en la defensa de Boca. Cerca del mediodía, con la derrota ya consumada, el vestuario fue un polvorín. Se escucharon gritos y algunos golpes, pero la hipótesis de un mano a mano (?) entre el Mono y el Beto fue desmentida ipso facto en el anillo inferior del estadio. Márcico pidió micrófonos y aclaró (?): “...la entrega del equipo, más allá del resultado, sirve para demostrar que acá no hay nada raro. Yo puedo tener diferencias con algún compañero, pero de ahí a no poner todos igual, hay mucha diferencia. Por eso digo: la respuesta la dio Boca en la cancha...”. Claro que ver los entrenamientos de Boca en la semana post San Lorenzo fue como para dudar un poco del Beto. Los dos bandos ni se miraban, habían quedado bien alineados y con muchas ganas de seguir sumando gente para la batalla final (?).
De un lado estaban Márcico, Tapia, la Larva Saturno, Giunta y el Manteca Martínez. Y enfrente quedaron Navarro Montoya, Simón, Giuntini y un Chiche Soñora. Uno de los graves problemas que empeoró la situación es que ambos bandos no daban lugar para indecisos. Así que saludar a uno de los cabecillas era ponerse en contra al otro bando y viceversa. Y pobrecito del que intentara andar bien con los dos. Inmediatamente era acusado de patear para los dos lados y el cartelito de traidor era el pasaporte a ser ninguneado como Dios manda (?).
El enfrentamiento tuvo como origen un par de puntos clave. Uno fue cuando en el verano de 1993, Tabárez puso la cinta de capitán a votación de todo el plantel. El Mono ganó la compulsa por un solo voto de diferencia, cosa que no fue digerida por Márcico y los suyos. Empezaron a acusar al arquero de portación de cinta sólo para mostrarse ante los medios como representante del plantel cuando en realidad el consenso hacia el Mono no era tal. También los dardos hacia Navarro Montoya hacían foco en sus deberes como capitán, ya que se lo acusaba de ser un interlocutor bastante blanco a la hora de pelear los números con Heller.
Por si faltaba algo más, había un componente deportivo. Desde el bando del Beto tildaban de “Perdedores” a los del Mono, aludiendo claramente al tiempo que estaban en el club sin poder ganar títulos. Cosa que tras la vuelta olímpica del 92 tomó fuerzas, ya que muchos consideraban que sin el aporte de los Márcico, Giunta y Martínez por ejemplo, el final del Apertura 92 hubiera sido sin vuelta olímpica. Con semejante mar de fondo ya no hubo vuelta atrás y la dirigencia no supo valorar la magnitud de la crisis. Y sino repasemos lo que decía Heller unos diez días antes que el Maestro Tabárez pegara definitivamente el portazo tras la fecha 11: “...sigo pensando que los únicos problemas son futbolísticos, entonces la Comisión Directiva no hará nada para solucionar un tema que no existe. Personalmente me parece lógico que Cabañas esté molesto porque no juega de titular, lo contrario me preocuparía. También me gusta que Márcico pretenda la capitanía, lo otro no sería propio de él...”.
Recién después de unos meses y en un programa partidario, un dirigente blanqueó la situación y dejó para la posteridad el nombre de ambos bandos: “....la verdad, hay dos grupos diferentes que están enfrentados. Son tan diferentes e irreconciliables como lo pueden ser los halcones y las palomas...”.