El primer gran problema de Claudio Borghi se presentó a horas de firmar su contrato allá por mediados de mayo de 2010. Y no estamos hablando de la línea de tres, de los carrileros o de su escaso conocimiento del mundo Boca. Ni siquiera nos referimos a contar con Jesús Méndez, Matías Giménez y Mouche en el plantel. El tema en cuestión fue el inminente viaje en avión de parte del plantel para encarar ese mamarracho conocido como el USA Tour. Su conocida fobia a los aviones encontró salvataje en la necesidad (?) de quedarse en Buenos Aires, evaluando a la plantilla entera para saber con exactitud qué refuerzos pediría. Porque un dato no menor estaba confirmado: había chequera libre para el nuevo técnico. Bien.
A Estados Unidos viajó Pompei como interino, mientras el Bichi evaluó, según sus propias palabras, a 75 jugadores, entre juveniles, profesionales y prestados con posibilidad de volver, como por ejemplo un Migliore. Por suerte (?), el mundial de Sudáfrica obligó a un largo parate oficial, cosa que le dio mucho tiempo para armar el nuevo Boca. Y lo de nuevo es porque luego de un decepcionante Clausura, enseguida empezaron a caer refuerzos de renombre en el ámbito local.
Tras dejar bien en claro que jamás se movería de su línea de tres que tanto éxito le había dado en Argentinos Juniors, tuvo que armarse de valor y cruzar el globo terráqueo en avión para la gira boquense por Oceanía. Corría el mes de julio de 2010, y sus continuas y siempre jocosas declaraciones le pusieron un inesperado palo en la rueda. Muy suelto de cuerpo, aseguró que la renovación del contrato de Riquelme estaba hecha. Cosa que Román desmintió rotundamente desde Buenos Aires. ¿Le vendieron pescado podrido desde adentro o tuvo la lengua muy larga? Ni idea. Lo que sí, todavía sin haber debutado y sin ayuda de nadie, se había abierto al pedo un par de frentes de batalla. Y eso, sumado a su continua exposición en conferencias de prensa, terminó siendo un arma de doble filo. El tercer dolor de cabeza, seguramente fue la caída del pase del chileno Fierro. Un problema ocular en las retinas tiró todo para atrás y dejó al Bichi sin su carrilero fetiche (?). Acá es donde vuelve al ruedo Matías Giménez que tenía un pie y medio en el Flamengo de Brasil. De nada garotos (?).
Llegó la hora de los bifes y el arranque fue malo. Pero el técnico se encargó de empeorar el escenario tras una bomba arrojada luego de la derrota con All Boys en cancha de Huracán: “...si pierdo con Vélez me voy...”. De golpe y porrazo, se convertía en un DT con fecha de vencimiento en la cuarte fecha. Insólito.
Lo que vino después fue un largo calvario. Bueno, no tan largo en realidad ya que su gestión duró cuatro meses. Encaprichado en jugar con carrileros cuando la realidad le mostraba que no los había en el plantel, probó con Giménez, Méndez, Clemente, Erbes, Chávez y Gaona Lugo. Este último, juvenil que ante una requisitoria sobre quién se animaba a ocupar el puesto tan temido fue el único que se animó a levantar la mano. Game over para el paraguayito quien terminó sufriendo fractura de peroné por stress deportivo.
Medio a los ponchazos llegó a la fecha nueve, donde tras un robo de Laverni a los 49 del segundo tiempo la derrota 1-2 con Lanús en la Bombonera, protagonizó una novela de enredos en el anillo inferior del club. Ante los micrófonos declaró que iba a tener que consultar con seres queridos y cuerpo técnico si seguía o no. Pero el off the record ya hablaba de renuncia presentada. Se comenta (?) que algunos referentes como Palermo y Caruzzo lo encararon trataron de convencer en pleno vestuario post Granate. Esa noche se vivieron horas de incertidumbre hasta que al día siguiente se aclaró (?) el tema: “...yo nunca renuncié. Solo puse mi renuncia a disposición y si los dirigentes querían me iba...”. Uff.
Con semejante muestra de carácter pasó lo que tenía que pasar. Se quebró su relación con varios jugadores, varios dirigentes y varios, pero varios hinchas.
El equipo siguió alternando más malas que buenas y la campaña no terminaba de arrancar nunca. Una nueva derrota de local ante su Argentinos, pareció ponerle la soga al cuello. Más teniendo en cuenta dos cosas: una, que a la fecha siguiente se venía el superclásico en Núñez y dos, su imparable lengua capaz de seguir tirando bombas del calibre de “...no sé si voy a dirigir a Boca frente a River...”. Tras la nueva muestra de liderazgo y manejo de grupo, tuvo un duro cruce con Lucchetti quien en la cara le dijo que creía más en el periodismo que en él. El punto en cuestión no es casual, ya que días antes el mismo Borghi con un Ol* en la mano, reunió al plantel antes del entrenamiento y preguntó si era verdad algunos disconformismos que a esa altura, evidentemente sabían todos menos él.
La despedida fue paupérrima. El 16 de noviembre un Boca sin alma perdió 0-1 en Núñez mientras un Borghi impávido sólo atinaba a mirar y suspirar (?). Hasta dejó la sensación que aun ganando, abandonaba el cargo. Obviamente su retirada fue con más frases copadas (?): “...no sé si en otra ocasión se habló del entrenador tanto como de mí en Boca. No es justo. Si hablo, por qué hablo, si no hablo, por qué no lo hago. Si me río o estoy serio. Boca es como hacer el sexo con la ventana abierta...’,
Los números finales son tan dolorosos como lo fue ver a Boca deambular domingo tras domingo durante el Apertura 2010. Dirigió 14 partidos oficiales, fue expulsado dos veces, ganó 5, empató 2 y perdió 7. Su Boca metió 16 goles y le convirtieron 17.