La última fecha de la primera rueda del campeonato 1988/89 vistió al estadio Perón con un clima digno de una final. Porque si bien todavía faltaban otras diecinueve largas fechas para dirimir al campeón, hubo varios motivos que hicieron la llegada de Boca al Cilindro ese 22 de diciembre de 1988, bastante más caldeada que de costumbre.
El primer motivo, ineludible, era la tremenda pica entre Boca y Racing en la década del ochenta. Más ligada a problemas entre las barras que a otra cosa, cada cruce estaba en el puesto uno a la hora de imaginar incidentes y emboscadas. El segundo, detalle no menor, era la presencia de Marangoni, Barberón y Pastoriza, tres íconos de Independiente, defendiendo la azul y oro. Y el último, era un tema estrictamente futbolístico. El Racing de Coco Basile llegaba primero con 39 puntos y Boca segundo con 36. Y ese final de primera rueda otorgaba un bonus: los dos primeros de la tabla clasificaban directamente a la siguiente edición de la Libertadores. Pegadito a Boca venían Argentinos Juniors, Independiente y Español esperando un triunfo de la Academia para pegar el zarpazo, pasar al xeneize y entrar a la Copa. Y Racing, con un verdadero equipazo, se frotaba las manos recordando la panzada que se había hecho en la última visita de Boca a Avellaneda mientras soñaba dejarlo afuera de la Libertadores.
El partido, programado para un día laborable tipo cuatro/cinco de la tarde, se empezó a jugar con un calor de locos. Y tras un primer tiempo a puro nervio donde no pasó casi nada salvo una grave lesión de Hrabina. el descontrol fue tomando forma en el entretiempo con algunos petardos lanzados desde la popular local. Y de las amenazas se pasó enseguida a la acción. Porque la salida de los equipos y el árbitro para comenzar el segundo tiempo fue el principio del fin. Cuando Navarro Montoya se acercó al arco de la hinchada de Racing, se escucharon varias explosiones de bombas de estruendo y enseguida pudo verse al Mono tendido en el pasto, agarrándose la cabeza.
Se vivieron minutos de confusión porque varios jugadores de Boca se acercaron al Mono y hacían gestos pidiendo un médico. Los jugadores de Racing no durmieron la siesta y enseguida rodearon a Espósito para comenzar la tarea de ablande. Con el árbitro en plena área tratando de descifrar qué había pasado, los proyectiles podían verse volar a simple vista. Y a metros del juez, la ligó también Juan Simón, quien cayó tendido en el suelo mostrando un corte con sangre en uno de sus pómulos. Inmediatamente Espósito hizo señas inconfundibles de que el clásico se suspendía y enseguida, más confusión. Remolinos de jugadores nerviosos yendo y viniendo. Los de Racing que empujaban al árbitro para que no salga del campo de juego. Pilas y piedras que rebotaban contra el pasto tiraban por la borda algunas declaraciones insólitas que minutos después haría Juan De Stéfano, sugiriendo la simulación de un desmayo por parte del arquero de Boca. Lo concreto es que un doctor comprobó un problema auditivo en uno de los tímpanos del Mono y el más que evidente corte en la cara de Simón.
Con el clásico suspendido, el resultado no pasaba a ser un tema menor. La decisión del Tribunal iba a definir nada menos que una plaza a la Libertadores. Y descartando de plano la opción de jugar el tiempo restante por el comienzo de las vacaciones, la proximidad del inicio de la Copa tras las vacaciones, exigió un resultado de escritorio.
De todas maneras, Racing no se dio por vencido y cambió de estrategia en los días siguientes. Lanzó la afiebrada teoría de infiltrados de Boca en la tribuna de Racing para perjudicar a la Academia. Una locura. Lo concreto es que el paraguas enorme que trató de abrir el presidente de Racing no evitó que el Tribunal tomará una decisión inapelable: dar el partido por ganado a Boca 1-0 y descontarle dos puntos a Racing al finalizar el campeonato.
Los once que mandó Pastoriza a la cancha esa tarde bien movidita, fueron Mono Navarro Montoya, Ruso Abramovich, Simón, Cucciuffo, Hrabina, Villarreal, Marangoni, Chino Tapia, Alfredo Graciani, Walter Perazzo y Porota Barberón.