No es el querido (?) Pampa que se cansó de dar vueltas olímpicas, ni el famoso Carlos que saltó en la tribuna y corrió en el campo de juego a comienzos de los noventa. Es Luis Darío Calvo, volante izquierdo nacido en octubre de 1977 en la localidad bonaerense de San Miguel.
Tras desandar el predio de La Candela como uno más del montón, una noche de diciembre de 1995 le llegó finalmente la hora de pisar el pasto de la Bombonera. Claro que las circunstancias no eran las más apropiadas para que un pibe se haga notar y pise fuerte. Por la última fecha del Apertura 95 y con un clima bien pezzutti (?) por el campeonato que Boca acababa de rifar a manos de Vélez, los dirigidos por Silvio Marzolini debían cumplir con el fixture y recibir a Deportivo Español. En el entretiempo, tras por fin ponerse las camisetas suplentes para poder distinguirse del rival, el técnico, que esa noche decía adiós, lo dejó al Kily González en las duchas y mandó a nuestro homenajeado al campo de juego. El partido terminó 2-2 y algo caldeado luego de que desde la platea baja le devolvieran la camiseta que Maradona tirara a la gente.
Para Calvo venía más que bien cortar y barajar de nuevo. Pero llegó Bilardo y atrás de él una troupe de refuerzos que se sumaron a las estrellas que ya había en el plantel y convirtieron al once titular en una lucha imposible para cualquier hijo de vecino. Pese a eso, Calvo demostró altas dosis delocura personalidad al plantársele al Doctor y exijirle rodaje en cancha. Eso e inmolarse fue prácticamente lo mismo. Por eso no extraña repasar que Calvo, luego de muchísimos entrenamientos con la cuarta división, recién volvería a jugar oficialmente un año después del debut. Y no casualmente, tras la renuncia del Doctor. Así fue como bajo las órdenes de Pancho Sá como interino, correteó en las últimas dos fechas del Apertura 96.
Para Calvo venía más que bien cortar y barajar de nuevo. Pero llegó Bilardo y atrás de él una troupe de refuerzos que se sumaron a las estrellas que ya había en el plantel y convirtieron al once titular en una lucha imposible para cualquier hijo de vecino. Pese a eso, Calvo demostró altas dosis de
Tras el parate, una vez más quedó a merced de lo que le deparara el tumultuoso Boca de esos años. Llegó el Bambino Veira y jugó un poco, pero nada de hacerlo seguido. El arribo en masa de otra enorme cantidad de refuerzos le volvieron a hacer imposible el desembarco en primera. Pero, mal que mal, le llegó finalmente la chance de mostrarse. Fue en Clausura 98, la lenta agonía del ciclo Veira, cuando tuvo bastantes minutos en cancha, siempre entrando desde el banco obviamente. Calvo se convirtió casi en un cambio obligado ante el flojo desempeño de ese equipo que se hundía fecha tras fecha. Y en semejante desbarajuste institucional y deportivo, hacía lo que podía.
Así llegamos a la fecha 17 de ese torneo, donde ya con García Cambón de DT interino jugó los últimos minutos en los triunfos 3-1 a Gimnasia y 2-0 a Racing en el Cilindro un día de semana a la noche. Partidos que, calladitos la boca, formaron parte de los inicios del histórico récord de 40 fechas sin perder.
Tras 19 partidos oficiales, 0 gol y tal vez podrido de nunca verse con posibildiades serias, decidió armar los bolsos e irse a Rosario Central justo con la llegada de Bianchi a Boca. ¿Un error? Probablemente, ya que con la enorme cantidad de pibes que tuvieron chance y rodaje con el Virrey, siempre quedará la duda de si el futuro de Calvo no podría haber sido distinto. A saber: Rosario Central, Banfield, AEK y Kalamata de Grecia, Independiente Rivadavia de Mendoza, Jorge Wilsterman de Bolivia, Panahaiki Patras en el ascenso griego, un paso por Ferro de Gral. Pico La Pampa y algo en San Salvador de El Salvador. Tremenda carrera.