Desde el domingo 27 de noviembre de 1988 hasta el domingo 5 de marzo de 1989 pasaron 96 días. O unos casi 1200 minutos si nos ponemos muy detallistas. El tema es que en todo ese tiempo, muchísimo, Waltergol Perazzo, con semejante apodo y un prontuario de sobra como para soñar con redes moviéndose a lo pavo, anduvo con la mira torcida todo el tiempo.
Y semejante racha negra empezó a ser una carga cada vez más pesada para el ex San Lorenzo. Imposible olvidar cuando hasta pidió patear un penal contra Español un domingo de mil grados (?) al mediodía y Catalano le sacó con los pies su remate abajo y al medio en el arco de Casa Amarilla. Pese a semejante traspié, Perazzo fue ovacionado religiosamente como sucedía todos los domingos. Con el siempre vigente “...aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, los goles de Perazzo que ya van a venir...”.
Con Graciani y Comas que no le tiraban un centro ni en joda en llamas, Boca se las ingenió de todas maneras para pelear Copa y la punta del torneo local. Pero se imponía recuperar al goleador que no gritaba desde la fecha 13 cuando ajustició a Castagneto de San Lorenzo en cancha de Huracán. Gol que por obvias razones no gritó y en el que atinó sólo a levantar su brazo derecho. Así que tras pasar en fila 11 partidos de campeonato local y 1 de Libertadores, llegamos al 5 de marzo en cuestión, fecha donde Deportivo Mandiyú pisaba cancha de Boca por primera vez con un calor bien correntino (?) y bombitas de agua volando en cada corner.
La ocasión parecía propicia para golear y que de paso Waltergol se sacara toda la mufa junta. Pero el primer tiempo dejó asombrado a todo el mundo. No tanto por la delantera que metió Pastoriza tras la excursión copera de la semana anterior, juntando a Tilger, Perazzo y Barberón, sino por el baile que sufrió Boca. Perdomo reventó el travesaño y Navarro Montoya sacó dos mano a mano mientras Boca sólo tiró un centro que Perazzo cabeceó afuera. Por suerte los segundos 45 minutos iban a ser diferentes.
Adentro Latorre y afuera la Porota Barberón, Boca empezó por tratar de hacer dos pases seguidos. Todo un adelanto. Y así llegamos a los 11 minutos cuando un centro de Soñora al medio del área correntina tuvo un rebote y Perazzo mostró todo la repentización posible tirándose en tijera, conectando y venciendo con remate bajo al arco defendido casualmente por un amigo suyo: el Flaco Cousillas. Un señor gol.
El partido dio toda la sensación de liquidarse en el acto, más allá de una salvada de Simón casi sobre la línea. Pero faltaba más. Casi con el tiempo cumplido, Perazzo recibió un pase de Marangoni dentro del área de Casa Amarilla y con un fierrazo seco puso el 2-0 final. Enseguida el Orejón Crespi pitó el final y Waltergol fue rodeado y abrazado por los compañeros mientras se llevaba una flor de ovación de la Bombonera.
En los vestuarios, luego de la ducha y antes del antidóping que le tocó, fue el personaje más buscado por todos los micrófonos. Así que habló sin pelos en la lengua: “,..yo sabía que tenía que terminar esta racha adversa. En la imaginación permanentemente me estaba preparando para un domingo así. Estos goles son muy importantes para Boca, por lo que significa esta victoria, y fundamentalmente para mí. Tengo que empezar a convertir, tengo que volver a la senda del gol...”.
Pero bastaba cualquier pregunta para que continuara su catarsis: “...lo de hoy de la gente de Boca fue impresionante. Pero la sensación que me provocó la ovación de la hinchada cuando erré el penal frente a Deportivo Español todavía me dura. El equipo va puntero, las cosas están saliendo pero yo debo devolver tanto afecto con goles...”.
Cuando los periodistas se dejaron de tirarle centros pusieron más incisivos acerca de los por qué, Perazzo puso el pecho tirando de paso algún que otro misil camuflado al técnico Pastoriza: “...hay factores que influyeron para que se dé esta sequía. Una son las rachas de los jugadores. Yo soy muy creyente de ese tipo de rachas. Podés hacer grandes jugadas, pasarte a toda una defensa o quedar sólo frente al arco, pero si no venís derecho la pelota se te va por un milímetro o te llegan los arqueros. El otro factor es posicional. En muchos partidos tuve que tirarme demasiado a volantear y eso te aleja del área y te hace perder continuidad en la definición...”.