El fixture del Apertura 90 cruzó en la fecha 18 a Boca y San Lorenzo en la Bombonera. Ambos equipos, de campañas mediocres y lejos de los primeros puestos, sólo tenían por delante ganar el clásico y tratar de terminar el campeonato aunque sea con una sonrisa. Pero lo que terminó pasando la noche de ese 14 de diciembre de 1990 fue para llorar y bastante.
Boca salió sin técnico tras la renuncia del Cai Aimar, y con Osvaldo Potente en el primero de sus interinatos como DT. Patota puso en cancha a Navarro Montoya, Abramovich, Simón, Holweger, Moya, Soñora, Marangoni, José Luis Villarreal, Latorre, Graciani y Batistuta. El clima incluso dentro del plantel no era el mejor tras la pelea entre Maranga y Villita en la previa del partido. Y se notó.
A los 4 minutos, el cordobés Víctor Hugo Ferreyra cazó una pelota que dejó muerta la defensa de Boca y fusiló al Mono en el arco de Casa Amarilla poniendo arriba a San Lorenzo. Boca fue al frente tuvo un par de llegadas claras con un tiro de Latorre en el palo y una que le sacó Ruiz Díaz al Bati pero los cuarenta y cinco inciales terminaron en derrota. Se acercaba lo peor.
En el entretiempo, parte de la barra de Boca dejó su lugar en el segundo piso de Casa Amarilla, bajó al playón y desde ahí subió derechito a la platea alta. Fue hasta el codo pegado a la popular visitante y desde ahí empezó a tirar de todo contra los 2.000 hinchas del Ciclón que ya a esa altura, en su mayoría se apiñaban sobre el otro lado y contra la pared que da a del Valle Iberlucea.
Los 10 policías que había en ese sector se vieron desbordados inmediatamente y salieron corriendo, quedando armada una zona liberada como para que pase de todo.
Cuando las piedras iban y venían ya en ambas direcciones, la barra de Boca recibió refuerzos de muchas más cantidad de gente, cosa que hizo pensar que el plan era lisa y llanamente copar la tribuna de San Lorenzo. En ese momento, mientras muchos ya abandonaban la Bombonera, cinco tipos ubicados del lado de San Lorenzo arrancaron una cañería de agua y la quisieron tirar contra la barra de Boca del otro lado de la reja. El caño no pasó y empezó a caer escalones abajo rebotando. Picó un par de veces y cayó al vacío de punta, impactando desgraciadamente en la cabeza de Saturnino Cabrera de 37 años, ubicado en la tribuna de socios. La muerte fue instantánea por fractura de cráneo con pérdida de masa encefálica.
Boca salió sin técnico tras la renuncia del Cai Aimar, y con Osvaldo Potente en el primero de sus interinatos como DT. Patota puso en cancha a Navarro Montoya, Abramovich, Simón, Holweger, Moya, Soñora, Marangoni, José Luis Villarreal, Latorre, Graciani y Batistuta. El clima incluso dentro del plantel no era el mejor tras la pelea entre Maranga y Villita en la previa del partido. Y se notó.
A los 4 minutos, el cordobés Víctor Hugo Ferreyra cazó una pelota que dejó muerta la defensa de Boca y fusiló al Mono en el arco de Casa Amarilla poniendo arriba a San Lorenzo. Boca fue al frente tuvo un par de llegadas claras con un tiro de Latorre en el palo y una que le sacó Ruiz Díaz al Bati pero los cuarenta y cinco inciales terminaron en derrota. Se acercaba lo peor.
En el entretiempo, parte de la barra de Boca dejó su lugar en el segundo piso de Casa Amarilla, bajó al playón y desde ahí subió derechito a la platea alta. Fue hasta el codo pegado a la popular visitante y desde ahí empezó a tirar de todo contra los 2.000 hinchas del Ciclón que ya a esa altura, en su mayoría se apiñaban sobre el otro lado y contra la pared que da a del Valle Iberlucea.
Los 10 policías que había en ese sector se vieron desbordados inmediatamente y salieron corriendo, quedando armada una zona liberada como para que pase de todo.
Cuando las piedras iban y venían ya en ambas direcciones, la barra de Boca recibió refuerzos de muchas más cantidad de gente, cosa que hizo pensar que el plan era lisa y llanamente copar la tribuna de San Lorenzo. En ese momento, mientras muchos ya abandonaban la Bombonera, cinco tipos ubicados del lado de San Lorenzo arrancaron una cañería de agua y la quisieron tirar contra la barra de Boca del otro lado de la reja. El caño no pasó y empezó a caer escalones abajo rebotando. Picó un par de veces y cayó al vacío de punta, impactando desgraciadamente en la cabeza de Saturnino Cabrera de 37 años, ubicado en la tribuna de socios. La muerte fue instantánea por fractura de cráneo con pérdida de masa encefálica.
En ese momento los jugadores ya estaban en el campo de juego a punto de comenzar el segundo tiempo. Así que estamos hablando de por lo menos quince minutos de descontrol e inacción policial. Una locura. Marangoni hizo gestos llamando a los médicos, Navarro Montoya se acercó y llamó al árbitro Loustau quien suspendió inmediatamente el partido. La gente tuvo que abandonar el estadio de noche y huyendo de los gases y balas de goma sobre del Valle Iberlucea. Un panorama tétrico.
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¿Qué pasó para que todo termine de esta manera?
Días antes, un grupo por entonces secundario de la barra de San Lorenzo, la Butteler, planeó un golpe comando para tratar de sumar porotos en la interna. Y ese golpe comando consistía nada y nada menos que en robar todas las banderas en desuso de la hinchada de Boca. Así fue como se apersonaron el 5 de diciembre por la tarde en la casa de Manzanita, en Av. Caseros y 24 de Noviembre, y tras forzar una puerta y pegarle a un vecino que quiso interceder, se llevaron los viejos trapos entre los que se encontraban los de México 86.
Apenas enterado de lo sucedido, El Abuelo reunió a su tropa y avisó los pasos a seguir: “...voy a ir personalmente a la Ciudad Deportiva de los cuervos a hablar con Poli. Si nos devuelven las banderas, no pasa nada... Si no, se arma la goma eh...”.
Algunos de la segunda línea exigieron acciones más concretas, pero El Abuelo impuso su postura y se salió con la suya. Entró caminando el martes 11 de diciembre a las ocho de la noche por el portón de la Avenida Cruz. Lo quisieron parar en el acto pero explicó con lujo de detalles el por qué de su visita y lo mandaron derecho para las canchitas de entrenamiento sobre Varela. Ahí se llevó a cabo la reunión, que duró casi nada. El barra de San Lorenzo trató de explicar lo que había pasado: “...mirá José, vos sabés que nosotros no haríamos una cosa como esa. En la cancha todo, en la semana es otra cosa. Los trapos se los robaron unos pibes que quieren hacerse ver y a los que no manejamos. Están drogados todo el tiempo...”. La explicación evidentemente no conformó a El Abuelo, que dejó un ultimatum antes de irse: “...Mirá Poli, tienen tiempo de devolver todo hasta el jueves a las 12 de la noche. Si no, ni se aparezcan por La Boca...”.
Con ese escenario de fondo salieron Boca y San Lorenzo el viernes 14 a última hora de la tarde a jugar el clásico. Y algo raro se olía. Mientras en la tercer bandeja visitante no se veía ni un trapo la barra de Boca llenó la tribuna con todas sus banderas en clara señal de la recuperación. El equipo fue recibido al grito de “...periodismo periodismo, la vergüenza nacional, le mentiste a la gente, las banderas aquí están...”. El hit iba dirigido concretamente a Diario Popular, quien fue el que hizo trascender todo el culebrón los días previos. El cuadro, dantesco y bizarro, fue decorado por los gritos en pleno campo de juego del intendente del club Basilio Beraldi, increpando a los periodistas presentes: “...tienen razón los muchachos... ¡qué se van a robar las banderas si yo mismo las guardo bajo llave dentro del club! La culpa es de ustedes los periodistas...”. No aclaremos que oscurece.
Cuando Loustau dio por terminado el primer tiempo se puso en marcha el ataque hacia los hinchas de San Lorenzo desmadrándose la situacióin en cuestión de minutos y terminando todo de la peor manera.
Saturnino Cabrera fue velado el sábado 15 en el Hall de la Bombonera con un cuadro desolador: Don Antonio Alegre desconsolado al lado del cajón y algunos familiares presentes.
En la semana siguiente el Tribunal dio una pequeña muestra de sentido común al dictaminar que el clásico no iba a continuarse y dándole por perdido el partido a ambos equipos con el marcador de 0-1.
¿Qué pasó para que todo termine de esta manera?
Días antes, un grupo por entonces secundario de la barra de San Lorenzo, la Butteler, planeó un golpe comando para tratar de sumar porotos en la interna. Y ese golpe comando consistía nada y nada menos que en robar todas las banderas en desuso de la hinchada de Boca. Así fue como se apersonaron el 5 de diciembre por la tarde en la casa de Manzanita, en Av. Caseros y 24 de Noviembre, y tras forzar una puerta y pegarle a un vecino que quiso interceder, se llevaron los viejos trapos entre los que se encontraban los de México 86.
Apenas enterado de lo sucedido, El Abuelo reunió a su tropa y avisó los pasos a seguir: “...voy a ir personalmente a la Ciudad Deportiva de los cuervos a hablar con Poli. Si nos devuelven las banderas, no pasa nada... Si no, se arma la goma eh...”.
Algunos de la segunda línea exigieron acciones más concretas, pero El Abuelo impuso su postura y se salió con la suya. Entró caminando el martes 11 de diciembre a las ocho de la noche por el portón de la Avenida Cruz. Lo quisieron parar en el acto pero explicó con lujo de detalles el por qué de su visita y lo mandaron derecho para las canchitas de entrenamiento sobre Varela. Ahí se llevó a cabo la reunión, que duró casi nada. El barra de San Lorenzo trató de explicar lo que había pasado: “...mirá José, vos sabés que nosotros no haríamos una cosa como esa. En la cancha todo, en la semana es otra cosa. Los trapos se los robaron unos pibes que quieren hacerse ver y a los que no manejamos. Están drogados todo el tiempo...”. La explicación evidentemente no conformó a El Abuelo, que dejó un ultimatum antes de irse: “...Mirá Poli, tienen tiempo de devolver todo hasta el jueves a las 12 de la noche. Si no, ni se aparezcan por La Boca...”.
Con ese escenario de fondo salieron Boca y San Lorenzo el viernes 14 a última hora de la tarde a jugar el clásico. Y algo raro se olía. Mientras en la tercer bandeja visitante no se veía ni un trapo la barra de Boca llenó la tribuna con todas sus banderas en clara señal de la recuperación. El equipo fue recibido al grito de “...periodismo periodismo, la vergüenza nacional, le mentiste a la gente, las banderas aquí están...”. El hit iba dirigido concretamente a Diario Popular, quien fue el que hizo trascender todo el culebrón los días previos. El cuadro, dantesco y bizarro, fue decorado por los gritos en pleno campo de juego del intendente del club Basilio Beraldi, increpando a los periodistas presentes: “...tienen razón los muchachos... ¡qué se van a robar las banderas si yo mismo las guardo bajo llave dentro del club! La culpa es de ustedes los periodistas...”. No aclaremos que oscurece.
Cuando Loustau dio por terminado el primer tiempo se puso en marcha el ataque hacia los hinchas de San Lorenzo desmadrándose la situacióin en cuestión de minutos y terminando todo de la peor manera.
Saturnino Cabrera fue velado el sábado 15 en el Hall de la Bombonera con un cuadro desolador: Don Antonio Alegre desconsolado al lado del cajón y algunos familiares presentes.
En la semana siguiente el Tribunal dio una pequeña muestra de sentido común al dictaminar que el clásico no iba a continuarse y dándole por perdido el partido a ambos equipos con el marcador de 0-1.
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Con más preguntas que respuestas y el tema súper instalado en la opinión pública, el hombre más buscado pasó a ser el Comisario de la 24, Adolfo Manjac, asumido en sus funciones apenas tres semanas antes.
Y acá va una parte del reportaje hecho por El Gráfico:
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EG: ¿Cuántos policías había en el estadio?
AM: No recuerdo con exactitud.
EG: El presidente de la Comisión de Estadio de Boca Juniors, Miguel Ángel D’Imperio, dijo que no llegaban a 200.
AM: ¿Qué sabe él? No sabe nada. Eran más de 400 policías seguro.
EG: ¿Usted estaba?
AM: Por supuesto. Cuando comenzaron los problemas subí corriendo con mis hombres hasta el tercer piso, que es como subir todo un edificio. Cuando llegamos me modularon que había un herido en el sector de socios.
EG: ¿Cuántos detenidos tiene?
AM: Treinta y nueve. Pero un solo imputado.
EG: ¿En serio cree que se hizo lo posible para prevenir?
AM: Absolutamente todo. Ahora yo le pregunto a usted. ¿Vio las cañerías? ¿Es lógico y seguro que estén al descubierto? Nosotros hicimos todo lo posible.
EG: Y le pregunto de nuevo ¿Por qué no se pudo evitar?
AM: Porque es un imponderable. ¿Qué quiere? ¿17.000 policías en la cancha? Uno al lado de cada espectador. Usted me hace reir.
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La verdad que todo esto de risa no tiene nada de nada. Todo lo contrario.