Todo más que bien con el Vasquito. De hecho, si nos ponemos a pensar cinco minutos, es muy probable que estemos ante un marcador de punta modelo a seguir. ¿Marca? Sí señor. ¿Garra? De sobra. ¿Proyección? Muy bien. ¿Cabezazo? También. ¿Perfil bajo? Claro, y eso que ponía pierna fuerte, aunque su cara de Sean Penn bueno tal vez no asustara rivales. Si a eso le sumamos 17 goles en 178 partidos oficiales, más de un delantero se moriría de envidia.
El tema es que a 180 minutos de su despedida de Boca tras arreglar contrato con el Villarreal de España, Arruabarrena se despachó con toda una curiosidad para su puesto de marcador de punta izquierdo: meter dos goles en un mismo partido. Cuando encima nos retrotraemos a esa histórica noche, miércoles 14 de junio de 2000, y vemos que semejante faena fue realizada en la final de ida de la Copa Libertadores y ante el arquero del momento, Marcos, la cosa toma ribetes imborrables (?).
Ambas conquistas, una en cada arco de la Bombonera, sirvieron para poner a Boca en ventaja dos veces. Pero ese hueso duro de roder que fue el Palmeiras, se encargó de empatar el partido 2-2 y creerse campeón antes de tiempo. Carlos Bianchi y sus pegatinas en el vestuario del Morumbí pondrían las cosas en su lugar siete días más tarde. Pero volvamos con Arruabarrena.
El primer gol fue a los 21 del primer tiempo y mostrando un sentido de la ubicación típico de los delanteros. Puestos que esa noche ocuparon desde el arranque la Bolita Giménez, el Chipi Barijho y Palermo y el Mellizo Guillermo recién en el segundo tiempo. Tras un centro desde la izquierda que bajó Battaglia, el Vasquito anotó de cabeza.
El segundo, a los 16 del complemento, pareció torcer definitivamente el curso del partido a favor del xeneize. Cosa que no pasaría. Con Boca parado en ataque tras una pelota detenida a favor, la jugada siguió su curso y un buscapié del Patrón Bermúdez encontró al Vasquito casi en la línea del arco de Casa Amarilla. Sin oposición, tocó al gol y la Bombonera estalló en un alarido.
Ambos festejos fueron a puño cerrado y con toda la emoción que puede tener hacer un doblete en semejantes circunstancias.