La historia que rodea a este mítico partido entre Boca y Chacarita debe dividirse en dos partes. La primera, la de los hechos tal cual sucedieron. Y la segunda, la de los por qué. Ambas, de terror.
Los hechos dejaron registrado que el 4 de noviembre de 1984, un Boca muy empobrecido futbolísticamente y lleno de problemas institucionales, llegó a San Martín necesitado de un triunfo urgente en medio de una seguidilla de derrotas que lo hundía en los últimos puestos de la tabla. Chaca no estaba para tirar manteca al techo. Venía un poco mejor, pero el promedio lo ponía en la cornisa domingo tras domingo. Así las cosas, a falta de ocho fechas para terminar el campeonato, la mano pintaba caldeada.
Marito Zanabria, técnico interino de Boca en esos momentos, echó mano a lo que había y mandó a la cancha a Walter Medina, Schinocca, Dos Santos, Flaco Fornés, Jorge Latorre, Tabita Valente, Sisca, Angarola, Rafael Herrera, el Tuta Torres y Vales.
Desde un rato antes que salieran los equipos, ya se habían registrado incidentes en las tribunas. Pero concretamente las 16.15 fue la hora señalada para el descontrol. Empezaron a volar piedras y el estado en general de la cancha hizo el caldo gordo para que ya no hubiera freno. Es que las baldosas de los pasillos que rodeaban las tribunas se levantaban solas. Así que hubo todo un autoservice de cascotes a disposición para tirarse durante un rato largo. Ya era tan incontrolable lo que volaba por el aire, que el comienzo del partido se demoró diez minutos. Se demoró básicamente para que pudieran sacarse las baldosas que caían sobre el pasto y más que nada, para que los jugadores pudieran mojarse los ojos y tratar de zafar en algo el efecto de los gases lacrimógenos que había tirado la bonaerense unos minutos antes.
El primer tiempo, pese a todo, se jugó. Fue muy pobre. Cero emoción y con todo el foco en lo que se vivía en las tribunas. Las cosa pareció calmarse pero el entretiempo trajo nuevas corridas y proyectiles.
Con el segundo tiempo en marcha, cerca de los 10 minutos, recrudecieron los combates. El juez Cardillo se despertó de la siesta y paró el partido durante nueve minutos. Fueron nueve minutos en los que por momentos se vivió un infierno hasta que en un momento pareció que la cosa se tranquilizaba. Y tan así fue que, finalmente, se reanudó el encuentro. Pero ya no habría tiempo de sutilezas y llegaria lo peor. Tras más ataques y algunos combates cuerpo a cuerpo, la policia empezó a reprimir a diestra y siniestra. Y de repente, lo impensado. Las dos hinchadas se juntaron para enfrentar a la policía que, desbordada por todos lados, empezó a tirar para todos lados con munición antidisturbios. Para no ser menos, las barras desenfundaron sus armas y empezó una balacera. Se escucharon cerca de 100 disparos. Parecía una pelicula pero no. Se pudo ver tres policias cayendo heridos de bala, gente rodando por los tablones y un caos total.
Cardillo se debe haber cagado en las patas, suspendió el partido a los 20 del segundo tiempo y se fueron corriendo todos al vestuario. El informe dijo “...partido suspendido por el mal comportamiento de algunos sectores de ambas hinchadas...”. Se quedó medio corto.
Pero el bailongo siguió en las calles. Ahí la policía se tomó revancha y el desbande fue tremendo. Como si todo esto fuera poco, hinchas de Boca sufrieron una emboscada en la estación de trenes de San Martín. Cartón lleno. El informe policial dejó ver 70 detenidos y cero previsión para algo que se olfateaba por San Martín. ¿Por qué?
Porque cuenta la leyenda, que la relación entre ambas hinchadas era bastante buena. De hecho, ese mismo mediodía la barra de Chacarita organizó un asado de camaradería (?) para recibir a la de Boca. Pero una interna en la hinchada funebrera hizo que la segunda línea de la barra soñara con tomar el poder esa misma tarde dando un golpe colosal: robar todas las banderas de Boca. Por eso luego del asado, y en camino tranqui hacia la cancha, la barra de Boca fue tomada por sorpresa. Tras perder algunos trapos, al Abuelo se le subió la tanada, y dio la orden (?) literal de romper toda la cancha. La 12 hizo su ingreso y se puso manos a la obra. En ese momento, la que se sorprendió fue la barra oficial del Funebrero que no entendía que había pasado desde el asado hasta ese momento. La confusión hizo que se armara un todos contra todos. Las dos facciones de Chacarita, La 12 y la policía. A los botes.
Tras algunos días, el tribunal dio la orden de continuar el partido el 28 de noviembre en cancha de Huracán y a puertas cerradas. Por fin una muestra de sentido común. Para jugar esos 25 minutos restantes, Boca repitió sólo a Flaco For´nés abajo y Sisca en el medio. Los demás fueron Balerio, Pasucci, Ávalos, Oveja Bordet, Krasouski, Dykstra, Stocco, Giachello y Turco Abdeneve. El resultado no se modificó y quedó finalmente 0-0. Pese a eso, el partido entró sin dudas en la historia negra del fútbol argentino.
Los hechos dejaron registrado que el 4 de noviembre de 1984, un Boca muy empobrecido futbolísticamente y lleno de problemas institucionales, llegó a San Martín necesitado de un triunfo urgente en medio de una seguidilla de derrotas que lo hundía en los últimos puestos de la tabla. Chaca no estaba para tirar manteca al techo. Venía un poco mejor, pero el promedio lo ponía en la cornisa domingo tras domingo. Así las cosas, a falta de ocho fechas para terminar el campeonato, la mano pintaba caldeada.
Marito Zanabria, técnico interino de Boca en esos momentos, echó mano a lo que había y mandó a la cancha a Walter Medina, Schinocca, Dos Santos, Flaco Fornés, Jorge Latorre, Tabita Valente, Sisca, Angarola, Rafael Herrera, el Tuta Torres y Vales.
Desde un rato antes que salieran los equipos, ya se habían registrado incidentes en las tribunas. Pero concretamente las 16.15 fue la hora señalada para el descontrol. Empezaron a volar piedras y el estado en general de la cancha hizo el caldo gordo para que ya no hubiera freno. Es que las baldosas de los pasillos que rodeaban las tribunas se levantaban solas. Así que hubo todo un autoservice de cascotes a disposición para tirarse durante un rato largo. Ya era tan incontrolable lo que volaba por el aire, que el comienzo del partido se demoró diez minutos. Se demoró básicamente para que pudieran sacarse las baldosas que caían sobre el pasto y más que nada, para que los jugadores pudieran mojarse los ojos y tratar de zafar en algo el efecto de los gases lacrimógenos que había tirado la bonaerense unos minutos antes.
El primer tiempo, pese a todo, se jugó. Fue muy pobre. Cero emoción y con todo el foco en lo que se vivía en las tribunas. Las cosa pareció calmarse pero el entretiempo trajo nuevas corridas y proyectiles.
Con el segundo tiempo en marcha, cerca de los 10 minutos, recrudecieron los combates. El juez Cardillo se despertó de la siesta y paró el partido durante nueve minutos. Fueron nueve minutos en los que por momentos se vivió un infierno hasta que en un momento pareció que la cosa se tranquilizaba. Y tan así fue que, finalmente, se reanudó el encuentro. Pero ya no habría tiempo de sutilezas y llegaria lo peor. Tras más ataques y algunos combates cuerpo a cuerpo, la policia empezó a reprimir a diestra y siniestra. Y de repente, lo impensado. Las dos hinchadas se juntaron para enfrentar a la policía que, desbordada por todos lados, empezó a tirar para todos lados con munición antidisturbios. Para no ser menos, las barras desenfundaron sus armas y empezó una balacera. Se escucharon cerca de 100 disparos. Parecía una pelicula pero no. Se pudo ver tres policias cayendo heridos de bala, gente rodando por los tablones y un caos total.
Cardillo se debe haber cagado en las patas, suspendió el partido a los 20 del segundo tiempo y se fueron corriendo todos al vestuario. El informe dijo “...partido suspendido por el mal comportamiento de algunos sectores de ambas hinchadas...”. Se quedó medio corto.
Pero el bailongo siguió en las calles. Ahí la policía se tomó revancha y el desbande fue tremendo. Como si todo esto fuera poco, hinchas de Boca sufrieron una emboscada en la estación de trenes de San Martín. Cartón lleno. El informe policial dejó ver 70 detenidos y cero previsión para algo que se olfateaba por San Martín. ¿Por qué?
Porque cuenta la leyenda, que la relación entre ambas hinchadas era bastante buena. De hecho, ese mismo mediodía la barra de Chacarita organizó un asado de camaradería (?) para recibir a la de Boca. Pero una interna en la hinchada funebrera hizo que la segunda línea de la barra soñara con tomar el poder esa misma tarde dando un golpe colosal: robar todas las banderas de Boca. Por eso luego del asado, y en camino tranqui hacia la cancha, la barra de Boca fue tomada por sorpresa. Tras perder algunos trapos, al Abuelo se le subió la tanada, y dio la orden (?) literal de romper toda la cancha. La 12 hizo su ingreso y se puso manos a la obra. En ese momento, la que se sorprendió fue la barra oficial del Funebrero que no entendía que había pasado desde el asado hasta ese momento. La confusión hizo que se armara un todos contra todos. Las dos facciones de Chacarita, La 12 y la policía. A los botes.
Tras algunos días, el tribunal dio la orden de continuar el partido el 28 de noviembre en cancha de Huracán y a puertas cerradas. Por fin una muestra de sentido común. Para jugar esos 25 minutos restantes, Boca repitió sólo a Flaco For´nés abajo y Sisca en el medio. Los demás fueron Balerio, Pasucci, Ávalos, Oveja Bordet, Krasouski, Dykstra, Stocco, Giachello y Turco Abdeneve. El resultado no se modificó y quedó finalmente 0-0. Pese a eso, el partido entró sin dudas en la historia negra del fútbol argentino.